Del país de los borrachos



¿De dónde eres?

Me incomoda ésta pregunta. Aun más, me incomodó un comentario de un jefe, que de forma inconsciente y sin mala fe me dijo:

-Tú no pareces colombiano.
Refiriéndose a mi aspecto físico y color de piel.

Lo que me fastidió de su comentario, no fue su ignorancia y clara connotación racista, fue que tenía razón.

La respuesta más brillante que he escuchado a la misma pregunta es la que Rick Blaine (Humphrey Bogart) le dice al Capitán Louis Renault en la película Casablanca:

-¿Cuál es tu nacionalidad?
-Soy un borracho.
Responde Rick.

No soy un borracho pero me encantaría decirlo cuando me hacen la misma pregunta, pues me mareo cada vez que intento dar una respuesta. He tenido que optar por decir que soy un ciudadano del mundo, aunque no me lo creo, pero al menos me hace sentir por un minuto como Rick Blaine.

Sé de dónde vengo, así como las limitaciones y ventajas que resultan de esto. Sin embargo, eso no quiere decir que tenga claridad sobre mi identidad o que sienta que tenga que defenderla cuando digo que soy colombiano. No quiero hacer una apología a no tener identidad. Por supuesto que la identidad es importante, aunque la certeza sobre la misma me resulte sospechosa. Algún psicoanalista podría hacer una teoría sobre mi condición. Me ofrezco como objeto de estudio. De entrada le puedo ofrecer algunas pistas: nací en Colombia, un país con un proyecto de nación inacabado, según algunos historiadores. Estudié antropología, lo cual de entrada lo obliga a uno a cargar con un problema más que una respuesta sobre la pregunta ¿quién soy? Mi niñera fue la televisión, mamé de la teta del cine, me pajeo cerebralmente con las redes sociales e Internet y tengo una relación conflictiva con la autoridad; especialmente con los autores de auto ayuda y todo lo que se le parezca. Por ser practico tengo un pasaporte español y por cuestiones amorosas mi mujer nació en Finlandia, y mis hijos nacieron y crecen en Catalunya. Ser y saber quien se es, en mi realidad cotidiana, son cosas que no siempre tienen una relación directa. 

Pero no todo está perdido respecto a mi identidad. Ante mi falta de certidumbre dedico tiempo a investigar quien soy. Mi investigación no es una tesis doctoral, es el resultado de este salpicón o melting pot al que pertenezco aquí y ahora. Mi confusión no me hace sentir que tenga que saltar por una ventana. Nunca me ha fasinado pertenecer a una sola tribu. He pertenecido y dejado de ser miembro de muchas. De algunas me han expulsado, y de otras se me ha olvidado que sigo siendo miembro. Al final, he encontrado una fórmula que se puede resumir con una frase con la cual me identifico: “No tolero ni respeto la diversidad, la celebro cada día de mi vida”, como diría  Ana María Arango. Por eso no entiendo mi identidad en referencia al nacionalismo, porque me obliga a anclarme a una historia vivida por otros, un pasado que ya no me pertenece.

En mi hogar tenemos que negociar todos los días quienes somos, en medio de tres lenguas y cuatro culturas diferentes, lo que dice la escuela, la TV, las redes sociales y el libro de turno. El argumento nacionalista es débil para decidir quién se encarga de lavar el sanitario.  Si lo pienso un momento, esa decisión (de lavar el sanitario), dice más sobre ¿Quién soy? que el color de una bandera o el himno de un partido político. Así que como dice otro amigo: “si quieres saber cómo cambiar el mundo empieza por tender tu cama”.

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