Se van los Millennials y llega la generación Mambrú


Mi padre estaba vestido esmoquin y mi madre tenia un vestido blanco largo de encaje. Solo con el fin de ser lo más preciso posible, lo que llevaba mi padre no era un smoking jacket: esa chaqueta de seda roja con arabescos al que nos tiene acostumbrado Hugh Hefner cuando sale en las fotos después de una de sus fiestas en la mansión Playboy. Aunque la palabra viene de ahí, el “esmoquin”, es como le dicen en Colombia a un traje de etiqueta negra, que se utiliza para asistir a una boda como invitado. Era un traje quizás alquilado, pues en aquella época mis padres eran estudiantes y sus ingresos provenían de la ayuda de mis abuelos.

Mis padres estaban en sexto semestre de medicina y asistían  una universidad católica y privada de Bogotá. Habían ido a la capital del país unos años atrás para cumplir el sueño de ser profesionales. Mi hermano mellizo y yo los veíamos a través de los barrotes de la cuna que compartíamos. Nuestros ojos se cerraban y caíamos profundamente dormidos, mientras éramos traicionados por aquella melodía que nos hacia creer que estarían allí para siempre en sus vestidos de fiesta. Allí estaban los dos de rodillas, frente a la cuna, cantando Mambrú se fue a la guerra.

Mambrú se fue a la guerra, este es el primer recuerdo que tengo de los tres o cuatro años por allá en el año 1980 y con el que quería empezar a cavar en mi memoria, para entender algo de mi generación que me sigue persiguiendo hasta el día de hoy. Mi generación ¿qué es mi generación? ¿acaso una ficción? ¿una etiqueta? ¿un mito?. No lo sé, pero hubo una idea a la que fui expuesto que quizás podría identificar a algunas personas de mi generación. Una idea que por un tiempo fue mi mantra: el mundo se pode reconstruir cambiando tan solo el argumento de la historia. Esto es como autoconvencerse de que mañana va a llover y esperar que esto suceda, simplemente por decirlo y creerlo. Es como quien cambia la letra de una canción para que suene mejor y esperar que esto cambie el destino de los que la escuchan, como fue el caso de Mambrú se fue a la guerra.

La primera vez que inconscientemente empece a cantar a mis hijos la canción de Mambrú, me preocupé porque la letra fuera apta para unos niños de dos y cuatro años. Pensé que lo mejor sería darle una edición aséptica, al mejor estilo franquista y así evitar cualquier tipo de pregunta incomoda acerca de los detalles de aquella trágica historia.

Que tema tan dramático para intentar dormir a unos niños, pesaba. Sin embargo, esa marcha melódica, seguía ejerciendo el mismo efecto somnífero que produjo en mi treinta años atrás. Investigando un poco comprendí que el origen de la canción tenia un sentido mas irónico que trágico.

Según la Wikipedia la canción de Mambrú fue popularizada en Suramérica entre los años 1960 y 1970 por la argentina María Elena Walch, y probablemente antes a través de los discos de rondas infantiles españolas. Fue compuesta tras la batalla de Malplaquet (1709), que enfrentó a los ejércitos de Gran Bretaña y Francia, durante la Guerra de Sucesión Española. A pesar de su derrota, los franceses creyeron muerto en la batalla a su enemigo John Churchill, duque de Marlborough, a quien se dedica la canción. Malborough, que degeneraría en Mambrú, no estaba muerto; estaba de parranda, como dirían en Colombia. Al parecer la melodía, de marcha somnolienta, es mucho más antigua y llegó a Francia proveniente de los cruzados. Existen versiones en alemán, francés e ingles. Mambrú también aparece en Cien Años de Soledad como el instructor castrense del coronel Aureliano Buendía. El propio García Márquez cuenta que siendo niño, le preguntó a su abuela quién era el tal Mambrú y ella le contestó que un militar que peleaba con su abuelo en la guerra.

Mientras escribía esto, recibí una llamada de mi padre, a quien aproveché para preguntarle sobre la canción. Me sorprendió con una respuesta que encontré curiosa. Me dijo que esta canción coincidía con uno de sus primeros recuerdos de la infancia. Su abuela paterna, Mercedes, se la cantaba a él ademas de otras rondas infantiles españolas.

Mercedes, quien mi padre define por haber tenido una personalidad poética. Era una persona que parecía que vivía en su propio mundo, el cual compartía con sus hijos y sus nietos. La imagino con un vestido negro, largo, paseándose con mi padre y su hermana de pocos años, meticulosamente arreglados un domingo de misa, cantando y contando historias con una sombrilla negra para protegerse de la eterna canícula tropical. Una especie de Mary Poppins criolla. 

Según mi padre, Mercedes se auto proclamaba como una persona muy enterada de lo que sucedía a su alrededor. Pero su oído para la música no era precisamente el de un compositor, pues utilizaba la misma melodía de Mambrú para cantar el himno nacional de Colombia. Es un hecho singular y entrañable, pero a la vez confirma la tremenda capacidad de impronta de la melodía de Mambrú.

Después de una nostálgica riza que me produjo la anécdota, aproveché para contarle a mi padre que me encontraba escribiendo un texto en donde quería exorcizar algunas ideas,  de las que creía habíamos sido expuestos personas de mi generación, que habíamos nacido al final de los años setenta. Le plantee la hipótesis que algunas ideas provenían de corrientes intelectuales como la contra cultura, la postmodernidad, así como la colonización cultural de México en Suramérica a través de Chespirito. Pero antes de que pudiera terminar de enumerar todas estas influencias, él me dijo: 

Todo esto de las generaciones en la que nos quieren etiquetar con esos videitos y test que pasan en las redes sociales es pura mierda. Dijeron de mi generación que habíamos sepultado a todos los ídolos, pero allí estaba yo cantando las canciones de Michael Jackson.

Conozco personas de 35 años que se comportan como ancianos. A mis propios padres que hoy tienen una edad, se ofenderían si los llaman viejos. A pesar de sus achaques yo no los veo como ancianos. Remató.

Aunque él parecía estarse refiriendo a otro tema y aun compartiendo su argumento, le respondí para provocar una conversación más larga:

Si papá, pero tendrás que reconocer que hay algo con lo que te identificas. Es inevitable que estemos expuestos a cosas que sucedieron en una época y que marcaron lo que hoy somos. 

Su comentario me hizo recordar que la idea del texto había surgido por un artículo que había compartido mi hermano días atrás en Facebook, en donde se describía a mi generación como un sánduche entre la generación X y la generación Y. La conclusión del artículo parece ser, que sí existe algo en común con las personas de esa generación: una generación sin definición, una generación sin nombre, sin bautizo por parte de las revistas que siguen las tendencias y los estudios seudo-sociológicos  o de mercado.

Entonces pensé que mi deber sería hacer una contribución para todos aquellos huérfanos de referentes generacinales, que nunca nos hemos visto exaltados en las revistas de moda y los blogs de tendencias. De esta manera convencería a todos mis contactos en redes sociales con nostalgia de tribu, que por fin nos podemos aferrar un tótem originario que nos guíe hasta nuestro atoconocimiento. 

A falta de un nombre, voy a ponerle el primero que se me venga a la cabeza, pensé. Pero no cualquier nombre, tenia que ser algo que fuera evidente en mi vida hoy, algo que se repitiera día tras día. Así fue como llegué a Mambrú, esa cancionista que hoy hace parte del ritual para ir a la cama de mis hijos. Lo curioso es que sin quererlo, describir a la generación de Mambrú me obligaría a remontarme a las cruzadas para saber a quién se le ocurrió aquella melodía pegajosa y así, quizás, llegar incluso a saber dónde se esconde el santo grial, o el lugar en el cielo dónde se origino el universo. Con algo de suerte, podría volver a escribir un nuevo argumento de la historia que cambie por completo este mundo actual fracturado por etiquetas y ficciones identitarias. 


Mientras tanto, espero que en un futuro, mi hija o hijo, se pregunten de dónde vine esta extraña canción de pegajosa melodía. Canción que la niñera de Luis XVII, una humilde campesina, cantaba mientras mecía su cuna y hacia eco por los pasillos del palacio de Versalles. Canción que alguna vez se la cantaban a las niñas mientras jugaban a la rayuela en España y que luego viajaría con esos mismos niños exilados a Suramérica. Canción que una poetisa argentina hija de inmigrantes ingleses popularizara. Canción que alguna vez fue la melodía del himno nacional Colombiano, por interpretación de Mercedes Barrera. Canción cantada por unos padres, casi adolescentes, para inducir a sus pequeños mellizos al sueño y así escapar a una fiesta de bodas ambientada con la música de los Jacksons Five. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario