El efecto gin tonic

El azar rige al mundo y una vez cada cierto tiempo somos privilegiados de su poder. Era una tarde cualquiera, en un día cualquiera, en una ciudad cualquiera, en una oficina cualquiera. Daniel se alistaba para salir del trabajo rumbo a su casa. En la puerta se cruza con su amigo del trabajo que lo invita a tomarse unas cervezas. Al llegar al lugar habitual, en una calle cualquiera, en un bar cualquiera donde se escucha buena música, los colegas se acomodan en una mesa de la terraza y piden unas pintas. Daniel es un individuo absolutamente convencional: marido, prospero editor de libros, una persona conforme con su vida que no se queja de nada.

Los amigos de oficina hablan de temas habituales mientras beben sus cervezas, de pronto Daniel se da cuenta que alguien conocido se acerca a la mesa, es la hermana de Raúl, su compañero de trabajo. Raúl los presenta, Daniel sabía que era su hermana pues ya la había visto en la fiesta de halloweeng organizada por Raúl el año pasado. Helena es una mujer de rasgos delicados, pelo castaño y labios delgados que sonríen de manera contagiosa. Helena se sienta a la mesa y entra en la conversación. Daniel empieza a notar que Helena tiene algo que le atrae y ahora viéndola a los ojos no puede evitar caer dentro de la profundidad de su mirada. Helena pide un Gin tonic, el tiempo pasa y Raúl empieza a verse excluido de la conversación. Daniel y Helena se miran mientras el uno escucha a la otra y viceversa. Daniel empieza a sentir una extraña sensación, es como si se hubiera conocido con Helena desde hace mucho tiempo o en otra vida. El aroma dulce del perfume de Helena empieza a diluir a Daniel en la conversación, como si en ese instante un poderoso virus entrara a su sistema inmunológico y empezara un proceso bioquímico en el cual él es invadido por ella.

La noche pasa rápido para Daniel. Se dividen la cuenta entre los tres. Las responsabilidades, los deberes y compromisos se vuelven a instalar en la cabeza de Daniel como si se despertara de un sueño. Daniel se acerca a Helena y le da un beso en la mejilla con el fin de quedarse unos minutos más con su aroma. Los tres se despiden y caminan hacia direcciones diferentes. Daniel transita hacia su casa que esta a pocas cuadras. Mientras va atravesando la calle una camioneta con exceso de velocidad se pasa el semáforo en rojo. Daniel sólo alcanza a escuchar el chirreo de las llantas, voltea su cabeza y apenas ve la camioneta que se dirige hacia él cierra los ojos. La oscuridad ahoga a Daniel, todo queda suspendido en un tiempo inmóvil, el silencio es absoluto. Cuando Daniel vuelve a abrir los ojos se da cuenta que sigue allí parado, estático, la gente que lo mira aun tiene en sus caras una expresión de desconcierto, una mujer todavía permanece con sus manos sobre los ojos y la boca abierta. Unos centímetros más y Daniel habría muerto aplastado por el bumper delantero de la camioneta. En ese momento Daniel siente como si le hubieran quitado un vendaje de los ojos que no le permitía ver el mecanismo de la vida. De inmediato se da cuenta que el mundo no es un lugar tan ordenado como creía, que ha estado equivocado desde siempre y jamás ha entendido nada de lo que pasa en él.

Daniel llega a su casa, se pone la pijama y se acuesta al lado de su esposa que duerme tranquilamente. A la mañana siguiente mientras toma el desayuno concluye que no tiene más remedio que someterse a la fuerza aleatoria que rige al mundo. De inmediato llama a Raúl, le pide el correo electrónico de su hermana, él se lo da sin preguntar nada. Daniel llega a su oficina y antes de sentarse a trabajar le escribe a Helena: “Un instante en la vida es todo lo que necesitamos, un segundo para que pase todo y nada a la vez. Todo pasa en un segundo, una mirada, una sonrisa, morirse, un beso, enamorarse… pero se requiere mucho más de un segundo para olvidar todo lo anterior. Algo así pasó ayer y espero que hoy se vuelva a repetir. Necesito verte una vez más.”

4 comentarios:

  1. Que buena historia! Se nota que ese Raul es un BACAN!

    ResponderBorrar
  2. Al mejor estilo de "La Insoportable levedad del ser"...Cuántas emociones envuelven cada instante, cada encuentro, cada frase romántica, cada beso...dejarse llevar por el deseo, sentir nervios como si fuera la primera vez y un poco de miedo, hace parte de la debilidad humana, pero al mismo tiempo de la realidad que nos hace sentir vivos.

    Gracias por el trago!

    ResponderBorrar
  3. Que crónica y que manera de narrar.

    Cordial saludo señor Culebrero

    Sé que somos anónimos y extraños.
    Siento que eres recurrente en un tema “un accidente” me inquieta. Quiero decirte que yo vive una situación traumática y a veces, la forma de racionalizarlo (según sicólogos) es haciendo el discurso de lo que nos acontece.

    Bueno…, respecto a tus post, la inspiración, hago eco de los que muchos dicen , por estos tiempos se habla y se escribe más ,que lo que se lee. A veces, es conveniente crear filtros con lecturas importantes, de ahí podría emerger inspiración, y digo emerger, pues cuando se busca inspiración se es pretencioso.

    Hasta pronto, y dale duro a ese teclado.

    ResponderBorrar
  4. Anónimo7:59 p.m.

    Deliciosa lectura. Un dia viví tu efecto de GinTonic. Muchas noches repasé cada segundo decisivo; me creí dueño de las opciones y presa del tiempo. Delicioso sentir las complicidades.

    ResponderBorrar